Estrenar una barra de labios, es siempre agradable. Es una de esas compras que no requieren gran esfuerzo, ni económico ni de valoración de la necesidad real, porque en caso de comprobar que el tono elegido te sienta falal -algo que solo e inevitablemente solo ocurre una vez estrenado, claro- el mal, decía, no tiene mayor trascendencia. Además hay pintalabios de todos los precios, así que no se va a hundir la economía doméstica por esa pequeña adquisición que en un momento de crisis, personal y global, puede alegrarnos el día. Y es que hay pequeños placeres que consiguen rescatarte del peor de los momentos vividos: desde un paseo marcado por el ritmo de tu música favorita en los auriculares, pasando por una pedicura, un masaje corporal o un rato en la playa, con sol o sin él, pero a tu aire. Uno de esos lujos "necesarios" para la salud mental, al menos para mí, es la peluquería. Pedir cita, acudir sin prisas, no hacer planes para después para no estar pendiente de la hora, llegar y comenzar la liturgia: recogida de bolso y otros complementos, enfundarte en la capa de rigor, acomodarte en el sillón..... y dejar que el tiempo transcurra plácidamente entre los aromas de la cosmética capilar y el sonido de los secadores. Personalmente prefiero las peluquerías, o los salones - como dicen en las revistas,- de uso exclusivo femenino. Seamos honestas, de la "pelu" sales remonadelamuerte, sin embargo el proceso suele ser.... cómo lo diría..... difícil-de-ver, y me explico: varias personas sentadas en butacones , enfundadas en batas/capas que sirven lo mismo a la Barbie que a Demis Roussos, con la cabeza emplastada en una masa de color indeterminado, mechones de pelo enroscados en palotes que confieren el aspecto de Espinete, o envueltos en papel de aluminio, no son precisamente accesorios que sienten bien. Entre congéneres, no damos la menor importancia a vernos unas a otras con esa pinta -que yo creo que ni nos vemos- pero si en el sillón de tu derecha, pongamos por caso, miestras tú tienes el aspecto de la novia de frankenstein recién levantada, está sentado el macizo de turno, que incluso con la túnica del Ruoussos está espectacularmente guapo, el momento "pelu/templo del relax total" se va a hacer puñetas de la misma. Eso, y que a ninguna -ni ninguno- nos gusta poner al descubierto las estrategias utilizadas para mejorar nuestro aspecto, por muy bueno que esté el del sillón del al lado!!!! . De ahí la preferencia por las peluquerías femeninas. Sin embargo, hay ocasiones en las que ves el desastre en cuanto atraviesas la puerta: señora sentada que no para de hablar, a un volumen que le permitiría contactar con las Chimbambas "in voce" sin usar el teléfono y naturalmente aireando sus dimesydiretes. Este es el elemento más peligroso para que tu camino hacia el nirvana, vía color y peinar, se convierta en una escena propia de las películas de Almodovar y tu imaginación se enroque viéndote saltando entre las lámparas de infrarrojos y el lavabo, al tiempo que le quitas las tijeras a la peluquera en dirección a la ruidosa sujeta, y no para emular a Llongueras, precisamente. Otro elemento distorsionador de la ansiada calma puede tener forma de conjunto en dos piezas madre-con-niño al que hay que recortar la melenita,. Y naturalmente, la criatura - que aún no distingue con claridad entre la dentista y la estilista- monta un lío del quince negándose a permitir que le toquen un pelo. Y se retuerce sobre los cojines que le elevan a la altura adecuada, al tiempo que grita y llora desconsoladamente sin conseguir que su madre, que ha sido quien le ha llevado a ese potro de tortura -para él- le salve de semejante trance. (Nota: hablo de niños , en masculino, porque he observado que las niñas, al menos las que he visto, se someten con absoluto placer a las exigencias encefaloposturales de la peluquera. Fin de la nota).
Así pues, para evitar ese desastre, y conseguir que tu momento "pelu" sea como tú deseas, sin estridencias, consultado el gabinete de expertas habitual, solo hay que seguir unas sencillas indicaciones: no acudir a la "pelu" en sábado, tampoco en las horas centrales del día, y naturalmente elegir un establecimiento donde el personal no de cuartelillo a la petarda que parece que no habla en todo el día y que va allí a contarlo todo , y a todas.
Uy!!!! me voy, que tengo hora para cortarme las puntas, y tal vez después me compre un rouge, o una máscara de pestañas, o un esmalte de uñas, o....
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